Arqueometalurgia
La importancia que la metalurgia del oro, la plata, el cobre y el bronce (una aleación de cobre con estaño y arsénico) tuvo para el desarrollo de las cinco civilizaciones prístinas del mundo, entre las cuales se encuentra la centroandina, ha sido enfatizada en la mayoría de los manuales escolares y cae dentro de la esfera de lo obvio. Sin embargo, es sorprendentemente poco lo que sabemos acerca del contexto cultural de los grandes inventos tecnológicos que siglos después permitieron crear las obras maestras de la orfebrería mochica o sicán-lambayeque. Contra lo que a primera vista podría parecer, el conocimiento de la fundición de minerales, previamente escogidos y extraídos, y el manejo de aleaciones y las técnicas de dorado o plateado, no nació en las populosas urbes de los grandes y ricos valles aluviónicos, ni en los talleres de los palacios prehistóricos. Es más, no existe ninguna relación de necesidad histórica entre el surgimiento de las civilizaciones en la antigüedad y el progreso en el trabajo del metal. La historia de la metalurgia en las Américas lo demuestra con creces. Basta recordar que las técnicas de producción del cobre y el bronce se difundieron tardíamente hacia América Central y México occidental, recién a partir de los siglos VII y VIII d.C. Las grandes civilizaciones olmeca y maya no las conocían. Además no cabe duda que estas sofisticadas tecnologías fueron inventadas en los Andes Centrales, donde la historia de sus orígenes se remonta al segundo milenio a.C.
La historia de la metalurgia en los Andes Centrales empieza en el Periodo Inicial y el Horizonte Temprano (Formativo Temprano y Medio, aproximadamente 1500-400 a.C.) con las evidencias del trabajo en oro. El cobre es aun raro. Uno de los primeros casos conocidos, el reciente hallazgo de Mina Perdida (en el valle de Lurín), fechado a finales del segundo milenio antes de Cristo se relaciona con el uso algo casual del cobre nativo.
Las primeras evidencias de la metalurgia compleja aparecen algo sorpresivamente en nuestros registros durante los primeros siglos de nuestra era, y sin antecedentes claros. Se trata además de dos valles costeños, alejados 1000 km el uno del otro: el Alto Piura y el Valle de Lurín.
Las evidencias del valle de Lurín referentes a unas complejas técnicas de vaciado y dorado provienen también de entierros. Dos equipos de arqueólogos trabajaron en los cementerios de Tablada de Lurín entre 1958 y 1999. Hasta la fecha se han registrado 849 entierros en pozo y fosa, y 34 entierros múltiples en estructuras subterráneas de piedra. Esta información se completa con trabajos de rescate realizados en Lomo de Corvina, cerca de Pachacamac (Villa el Salvador).
El PATL durante varios años y con diversos investigadores ha hecho análisis de piezas de metal encontradas tanto en el cementerio de Tablada de Lurín como en el sitio de Pueblo Viejo. Como resultado existen tesis de licenciatura que exploran la problemática más a fondo.